Hace algunos años una magnífica iniciativa fue llevada a cabo por la Fundación Ortega Muñoz de Extremadura. La idea era invitar a una serie de autores de prestigio internacional para que, tras su visita, escribieran textos basados en aquellos lugares, paisajes, monumentos e historia en general de la región antes casi totalmente desconocidos. La colección, dirigida por mí, llevaba el título de “Paisajes escritos”. El proyecto y la edición partía del MEIAC (Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo) dirigido desde su fundación, sagaz y sabiamente, por el tristemente desaparecido Antonio Franco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     Con los contratiempos habituales relacionados con los presupuestos destinados a la cultura local en cada territorio español, la colección “Paisajes escritos” quedó desgraciadamente interrumpida, tras varios excelentes volúmenes aparecidos. Pero la intención había valido la pena: dar a conocer, y hacer amar durante unos días, o desde el recuerdo para el resto de sus vidas, quien sabe, algunos de los principales intelectuales europeos, unos lugares y ciudades de incontestable belleza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En los números aparecidos, estarían las reflexiones filosóficas del alemán Peter Sloterdikj (“El reino de la Fortuna”) las observaciones del paisaje, las costumbres, los animales salvajes y la gastronomía, de mano del narrador húngaro László Krasznahokai (“El último lobo”) o el recorrido literario de gran hondura y conocimientos artísticos, llevado a cabo por uno de los mejores poetas italianos de la actualidad, Franco Marcoaldi.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marcoaldi, en varias series aparecidas en el diario italiano Repubblica, atestiguaría con un extraordinario detallismo la rica historia proveniente de los diversos lugares visitados. Tras la visita deslumbrada al Monasterio de Yuste, pasaría a comentar la obra “Extremadura” de un autor muy querido por los intelectuales italianos: Miguel de Unamuno Marcoaldi quería imaginarlo en una Extremadura moderna y totalmente trastocada, la de hoy. En ella, Unamuno volvería a recorrer las calles de Trujillo y Cáceres “concentrando la mirada en las ruinas piranesianas de los monasterios, en las paredes invadidas por el musgo de los magníficos palacios y en el encanto de las piscinas naturales tocadas por la calidad luz de las puestas de sol”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por  su parte, el autor húngaro errante László Krasznahokai ,habitante de Budapest Berlín, Trieste, Kioto, Nueva York, autor de culto en las revistas y publicaciones más exquisitas desde Manhattan al East Side, donde se le adora, y cuya obra ha sido publicada en nuestro país por la editorial Acantilado, viviría en Extremadura “una relación entre gente y naturaleza que, creía perdida para siempre”.

     Convertido “en otro” ya fuera por los amigos encontrados en su viaje, como por sus paseos por la dehesa y el relato de un guía forestal le hizo siguiendo “el rastro del último lobo” por la Sierra de San Pedro, dejó escrito un fascinante e inclasificable libro titulado “El último lobo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     En un momento de descanso de su recorridos, László y su mujer DorKa, excelente diseñadora gráfica, y yo, estábamos sentados con su editor y querido amigo Jaume Vallcorba,  en uno de los restaurantes que dan a la plaza mayor de Cáceres. Al fondo, teníamos ese telón de lujo, de incomparables vistas nocturnas que dan a su famosa Ciudad Vieja. Una ciudad dentro de la ciudad, de inmenso patrimonio monumental y universal, con sus palacios, torres medievales, iglesias y con su Concatedral de Santa María ,asomando entre las sombras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     De repente László quedó seducido por el arte diestro de un maestro del corte jamonero, a punto de servirnos la ración correspondiente. Pasamos entonces a contarle la historia de esa profesión, los cortadores del jamón, muy valorada a lo largo y ancho del territorio español, desde Salamanca a Cáceres o desde Huelva a Sevilla y Granada. Los más afamados expertos participaban en concursos nacionales. László preguntó por el nombre del cuchillo en particular, porque quería comprarse uno, y se lo dijimos “cuchillo jamonero”. Lo repitió varias veces, pero creímos que caería rápidamente en el olvido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     Un par de años después de aquella feliz velada en la Plaza mayor de Cáceres, el destino quiso que coincidiéramos en Berlín. László residía en la capital alemana y se acercó al hotel donde estábamos. Tras los saludos habituales, con una carcajada de las suyas que resonaban casi a kilómetros, dijo eufórico: “¡cuchillo jamonero!” nos quedamos estupefactos. De forma insólita, se le había quedado perfectamente grabado aquel nombre junto a sus historias de lobos y sus añorados paseos por la dehesa extremeña.

 

 

XIV PREMIO INTERNACIONAL DE PERIODISMO

FUNDACIÓN MERCEDES CALLES Y CARLOS BALLESTERO

 

* Su último libro publicado es “Sin tiempo para el adiós. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX”. (Galaxia Gutenberg)

 

 

Antonio Franco

Fundación MCCB

Monasterio de Yuste

Garganta "Los Infiernos" (Valle Jerte)

Sierra de San Pedro

Plaza Mayor de Cáceres

Cortador de jamón